La duración de un relato es como la de un sueño, no decidimos el momento en que nos dormimos ni en el que nos despertamos. Y, sin embargo, avanzamos, continuamos. Quisieramos hacer un gesto, tocar al personaje, mimarlo, cogerle la mano por ejemplo. Pero nos quedamos ahí, sin hacer nada. Habrá pasado toda la vida y no habremos hecho nada.