Ese día me desperté y me puse mi vestido No. 28. Estaba en una boda donde nadie me preguntaba de posiciones, ni de trajes, ni de peinados, ni me pedían que sostuviera su vestido para hacer pipí. Todo era perfecto para mí. Porque al final todo lo que me importaba era la persona que esperaba por mí en el altar y me miraba de la forma que siempre... (continúa)