Zelig ha dejado de ser un camaleón para ser, al fin, él mismo. Sus puntos de vista sobre política, arte, la vida y el amor son honestos y espontáneos. Aunque su gusto pueda describirse como de vulgar, es el suyo. Finalmente, es un individuo, un ser humano. Ya no abandona su identidad para formar parte de algo seguro e invisible que le rodea.