Mi padre era un hombre como tantos otros. Un perro que mordía su vida perra. Surcado por unas arrugas que nada decían de su cara salvo para gritar la edad que las había cavado. Tenía una expresión como de hola y adiós, como de un eterno y sencillo mediodía, mermado por un puñado de tiempo. Su frente se extendía hasta el día siguiente de su... (continúa)